lunes, 24 de noviembre de 2014

Trabajos Atrasados Taller Historia 1ºA - "La Herida", Capítulo de novela "Hijo de Ladrón", Manuel Rojas

Estudiantes, dejo el capítulo de la novela "Hijo de Ladrón" de Manuel Rojas, que utilizamos para reflexionar en torno a los habitantes segregados de la ciudad contemporánea.

Manuel Rojas
La herida (Fragmento de Hijo de Ladrón)

Portada de la Novela.
(Imagínate que tienes una herida en alguna parte de tu cuerpo, en alguna parte que no puedes ubicar exactamente, y que no puedes ver ni tocar, y supón que esa herida te duele y amenaza abrirse o se abre cuando te olvidad de ella y haces lo que no debes, inclinarte, correr, luchar o reír; apenas lo intentas, la herida surge, su recuerdo primero, su dolor en seguida: aquí estoy, anda despacio. No te quedan más que dos caminos: o renunciar a vivir así, haciendo a propósito lo que no debes, o vivir así, evitando hacer lo que no debes. Si eliges el primer camino, si saltas, gritas, ríes, corres o luchas todo terminará pronto: la herida, al hacerse más grande de lo que puedes soportar, te convertirá en algo que sólo necesitará ser sepultado y que exasperado por la imposibilidad de hacerlo como querías, preferiste terminar, y esto no significará, de ningún modo, heroísmo; significará que tenías una herida, que ella pudo más que tú y que le cediste el sitio. Si eliges el segundo camino, continuarás existiendo, nadie sabe por cuánto tiempo: renunciarás a los movimientos marciales y a las alegrías exageradas y vivirás, como un sirviente, alrededor de tu herida, cuidando que no sangre, que no se abra, que no se descomponga, y esto, amigo mío, significará que tienes un enorme deseo de vivir y que, impedido de hacerlo como deseas, aceptas hacerlo como puedas, sin que ello deba llamarse, óyelo bien, cobardía así como si elegiste el primer camino nada podrá hacer suponer que fuiste un héroe: resistir es tan cobarde o tan heroico como renunciar. Por lo demás, las heridas no son eternas, y mejoran o acaban con uno, y puede suceder que después de vivir años con una, sientas de pronto que ha cicatrizado y que puedes hacer lo que todo hombre sano hace, como puede ocurrir, también, que concluya contigo, ya que una herida es una herida y puede matar de dos maneras: por ella misma o abriendo en tu cerebro otra, que atacará, sin que te enteres, tu resistencia para vivir; tú tienes una herida, supongamos, en un pulmón, en el duodeno en el recto o en el corazón, y quieres vivir y resistes, no te doblegas, aprietas los dientes, lloras, pero no cedes y sigues, aunque sea de rodillas, aun arrastrándote, llenando el mundo de lamentaciones y blasfemias; pero un día sientes que ya no puedes resistir; que tus nervios se sueltan, que tus rodillas y tus piernas no te soportan y se doblegan: caes entonces, te entregas y la herida te absorbe. Es el fin: una herida se ha juntado a la otra y tú, que apenas podías aguantar una, no puedas con las dos.
No sé si conocerás algunos nudos marinos; es posible que no; como la mayoría de los mortales conocerás sólo un ejemplar de cada cosa u objeto y al oír hablar de nudos recordarás nada más que el de rosa, sin que ello signifique que lo sepas hacer bien; no se necesita saber muchas cosas para vivir: hasta contener buena salud. Hay un nudo marino, llamado de pescador, que recuerda lo que te estoy diciendo: está constituido por dos hechos que siendo semejantes, ocurren aisladamente y que mientras están aislados no son peligrosos; el peligro está en su unión: toma un cabo, una piola, por ejemplo o un vaivén, y haz, sobre otra piola o sobre otro vaivén tomándolo, un nudo ciego; ese único nudo que sabes hacer correctamente, sin apretarla demasiado y sin dejarlo suelto; que muerda, como se dice, y con el extremo de la piola sobra la cual has hecho ese nudo, haz otro igual sobre la primera y tendrás así doc piolas unidas por dos nudos ciegos colocados a una distancia equis; en ese situación son inofensivos, peor aún, no sirven para nada; pero el nudo no ha sido hecho aún: si tomas las piolas o los vaivenes de la parte que está más allá de los dos nudos y tiras separando tus manos, los nudos, obedeciendo al tirón, se aproximarán el uno al otro con una docilidad que quizá te sorprenda en dos nudos que aparentemente no tienen obligación de obedecer a nada; y si tiras con violencia verás no sólo que avanzan hacia sí con rapidez sino que, más aún, con furor, uniéndose como con una reconcentrada pasión; una vez unidos no habrá tirón humano o animal que los separe o desate; allí se quedarán, aguantando el bote o la red, toda una noche, hasta que el pescador, fatigado al amanecer, los separe de su encarnizada unión con la misma sencillez con que la muerte puede separarte de la vida: con un simple movimiento de rechazo hacia un lado u otro... Pero imagínate que no tienes ni la primera ni la segunda herida de que te he hablado, sino otra, una con la que puedes nacer o que puede aparecer en el curso de tu existencia, en la infancia, en la adolescencia o en la adultez, espontáneamente o provocada por la vida. Si naces con ella puede suceder que sea pequeña al principio y no te moleste demasiado sin que podamos descartar la posibilidad de que desde el principio sea grande y te impida hablar o caminar, pongamos por caso, todo ellos sin tener en cuenta el lugar en que nazcas, que puede ser un conventillo, una casa o un palacio. Podrá o no haber, a tu alrededor, gente que se interese o no se interese por ti y que quiera o no quiera ayudarte; si la hay y se interesa y quiere, podrás llegar a ser conservado, excepto si tu herida, esa herida que ni tú ni nadie puede ubicar, pues está en todas partes y en ninguna: en los nervios, en el cerebro, en los músculos, en los huesos, en la sangre, en los tejidos, en los líquidos y elementos que te recorren; excepto si tu herida, digo, puede con todo y con todos: con la medicina, con la educación, con tus padres, con tus profesores, con tus amigos, si es que llegas a tener todo eso, pues hay innumerables seres humanos que no tienen ni han tenido medicina, educación, padres, profesores ni amigos, sin que nadie parezca darse cuenta alguna de ello ni le atribuya importancia alguna en un mundo en que la iniciativa personal es lo único que vale, sea esa iniciativa de la clase que sea, siempre que deje en paz la iniciativa de la clase que sea, siempre que deje en paz la iniciativa de los otros, sea ésta de la índole que sea. Si la herida puede con todo y con todos y sus efectos no disminuyen sino que se mantienen y aumentan con el tiempo, no habrá salvación alguna para ti; salvación no sólo en cuanto a tu alma, que estará perdida y que en todo caso es de segunda importancia en el mundo en que vivimos, sino en cuanto todo tú; y ya podrás tener, en latencia, todas las virtudes y gracias que un hombre y un espíritu pueden reunir; o te servirán de nada y todo en ti será frustado: el amor, el arte, la fortuna, la inteligencia. La herida se extenderá a todo ello. Si tu gente tiene dinero, llevarás una vida de acuerdo con el dinero que tiene; si tu gente es pobre o no tienes familia, más te valiera, infeliz, no haber nacido y harías bien, si tienes padres, en escupirles la cara, aunque es más que seguro que ya habrás hecho algo peor que eso. Puede suceder que la herida aparezca en tu adultez, espontáneamente, como ya te dije, o provocada por la vida, por una repetición mecánica, supongamos: el ir y venir, durante decenios, de tu casa al trabajo, del trabajo a tu casa, etcétera, etcétera, o el hacer, día tras día, a máquina o a mano, la misma faena: apretar la misma tuerca si eres obrero, lavar los mismos vidrios si eres mozo, o redactar o copiar el mismo oficio, la misma carta o la misma factura si eres oficinista. Empezará, a veces, con mucho disimulo, tal como suele aparecer, superficialmente, el cáncer, como una heridita en la mucosa de la nariz, de la boca o de los órganos genitales o como un granito o verruguita en cualquier milímetro cuadrado de la piel de tu cuerpo. No le haces caso al principio, aunque sientes que el camino entre tu casa y la oficina o taller es cada día más largo y más pesado; que los tranvías van cada vez más llenos de gente y que los autobuses son más brutalmente sus bocinas; tu pluma no escribe con la soltura de otros tiempos; la máquina de escribir tiene siempre la cinta rota y una tecla, ésta, levantada; el hilo de las tuercas está siempre gastado y tu jefe o patrón tiene cada día una cara más espantosa, como de hipopótamo o de caimán, y por otra parte notas que tu mujer ha envejecido y rezonga demasiado y tus hijos te molestan cada día más: gritan, pelean, discuten por idioteces, rompen los muebles ensucian los muros, piden dinero, llegan tarde a comer y no estudian lo suficiente. ¿Qué pasa? La herida se ha abierto, ha aparecido y podrá desaparecer o permanecer y prosperar; si desaparece, será llamada cansancio o neurastenia; si permanece y prospera, tendrá otros nombres y podrá llevarte al desorden o al vicio; alcoholismo, por ejemplo, al juego, a las mujerzuelas o al suicidio. Tú habrás oído hablar del cansancio de los metales y esta frase te habrá producido, seguramente, risa: ¿pueden sufrir tal cosa los metales y puede alguien imaginarse a un trozo de riel diciendo: estoy cansado? Asombra pensar que un trozo de hierro o acero termine por cansarse y ceder, pero si el hierro cede, si afloja el acero, ¿por qué han de resistir más los nervios, los músculos, los tendones, las células cerebrales, la sangre? Y eso que muy poca gente sabe hasta dónde es capaz de resistir el ser humano. ¿Qué resistencia tiene? A veces, mayor que la del más duro acero, y lo que es más admirable, algunos parecen soportar más mientras más endebles son y mientras más deleznable es su constitución. Recordarás, de seguro, cómo aquel hombre que conociste en tu juventud, derrotado, herido nadie sabe por qué arma en lo más profundo de su ser animal o mora, resiste aún, vendiendo cordones de zapatos o mendigando; dejas de verlo un año, dos, y un buen día, cuando ya te has olvidado de él, reaparece y te ofrece sus cordones o sus diarios o te pide una limosna; cómo el morfinómano, sin casa, sin trabajo, sin familia resistió durmiendo en las calles, en los bancos de las plazas o bajo los puentes, sin comer, sin abrigarse, con las manos más frías que las del más helado muerto, durante cinco o veinte años, enterrando a su primera y a su segunda mujer, a los hijos de la primera y a los de la segunda e incluso a sus nietos, sin poseer más tesoro que su jeringuilla y su gramo de morfina para el cual tantas veces contribuiste con unos pesos y cómo el hemipléjico que tenía una herida tan grande como él, ya que le empezaba en el lóbulo derecho del cerebro y le terminaba en las uñas del pie izquierdo y que había, además, perdido un brazo —una locomotora se lo cortó mientras trabajaba, siendo niño, en una barraca— resistió, durante diez o treinta años, a la soledad, sin poder comer, sin lavarse, vestirse ni acostarse ni levantarse por sus propios medios, sin dientes, medio ciego, sostenido sólo por su pierna derecha y por ese algo misterioso y absurdo que mantiene en pie aun a los que quisieran morir, para terminar fulminado por un ataque cardíaco, envidiado por todos los que temen morir de un cáncer o de un tumor cerebral. Y podrás ver en las ciudades, alrededor de las ciudades, muy rara vez en su centro, excepto cuando hay convulsiones populares, a seres semejantes, parecidos a briznas de hierbas batidas por un poderoso viento, arrastrándose apenas, armados algunos de un baldecillo con fogón, desempeñando el oficio de gasistas callejeros y ellos mismos en sus baldecillos, durmiendo en sitios eriazos, en los rincones de los aceras o la orilla del río, o mendigando, con los ojos rojos y legañosos, la barba grisácea o cobriza, las uñas duras y negras, vestidos con andrajos color orín o musgo que dejan ver, por sus roturas, trozos de una inexplicable piel blanco—azulada, o vagando, simplemente, sin hacer ni pedir nada, apedreados por los niños, abofeteados por los borrachos, pero vivos, absurdamente erectos sobre dos piernas absurdamente vigorosas. Tienen, o parecen tener, un margen no mayor que la medida que puede dar la palma de la mano, cuatro traveses de dedo, medida más allá de la cual está la inanición, el coma y la muerte, y se mueven y caminan como por un senderillo trazado a orillas de un abismo y en el cual o caben sino sus pies: cualquier tropiezo, cualquier movimiento brusco, hasta diríase que cualquier viento un poco fuerte podría echarlos al vacío; pero no; resisten y viven y a los jóvenes, sin que nadie pueda explicarse cómo pueden existir, en un mundo que predica la democracia y el cristianismo, semejante seres. Pero tú, amigo mío, eres sano, has sido creado como una vara de mimbre, elástica y firme, o como una de acero, flexible y compacta; no hay fallas en ti, no hay, heridas ni aparentes ni ocultas, y todas tus fuerzas, tus facultades, tus virtudes está intactas y se desarrollarán a su debido tiempo o se han desarrollado ya, y si alguna vez piensas en el porvenir y sientes temor, ese temor no tiene sino el fundamento que tienen todos los temores que experimentan los seres humanos que miran hacia el porvenir: la muerte; pero nadie se muere la víspera y el día llegará para todos y, yagas lo que hicieres también para ti. Hoy es un día de sol y de viento y un adolescente camina junto al mar; parece, como te decía hace un instante, caminar por un sendero trazado a orillas de un abismo. Si pasas junto a él y le miras, verás su rostro enflaquecido, su ropa manchada, sus zapatos gastados, su pelo largo y, sobre todo, su expresión de temor; no verás su herida, esa única herida que por ahora tiene, y podrás creer que es un vago, un ser que se niega a trabajar y espera vivir de lo que le den o de lo que consiga buena o malamente por ahí; pero no hay tal: no te pedirá nada y si le ofreces algo lo rechazará con una sonrisa, salvo que la ofrecérselo le mires y le hables de un modo que ni yo ni nadie podría explicarte, pues esa mirada y esa voz son indescriptibles e inexplicables. Y piensa que en este mismo momento hay, cerca de ti, muchos seres que tienen su misma apariencia de enfermos, enfermos de una herida real o imaginaria, aparente u oculta, pero herida al fin, profunda o superficial, de sordo o agudo dolor, sangrante o seca, de grandes o pequeños labios, que los limita, los empequeñece, los reduce y los inmoviliza).

Extraído de : http://www.cinosargo.cl/content/view/235455/Manuel-Rojas.html

martes, 4 de noviembre de 2014

Trabajo Coef. 2 - Cuarto Medio A

Reunirse en grupos de 4 personas máximo y desarrollar la guía. El grupo que definan será el mismo para la segunda parte del trabajo coef. 2. El trabajo debe ser entregado en este mismo formato, impreso o digital. 
Debe ser enviado por internet a más tardar el día Domingo 9, 10:00 am al correo
diego.ernesto.fernandez@gmail.com
NO SE ACEPTARÁN TRABAJOS ATRASADOS
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  • Parte 1 -
Elija un Tratado Comercial suscrito por Chile (desde los años 90 hasta la actualidad) y que aún se encuentre vigente. Describa las características y beneficios de este tratado, luego explique cuál es su relevancia actual (qué productos permite ingresar a Chile, cuánto ha bajado su valor, etc.).
  • Parte 2 –
Con su grupo realice una tabla que identifique las 3 principales exportaciones e importaciones de Chile, y cuáles son las ganancias que generaron para el año 2013.
  • Parte 3 –
¿Cuál será, según su opinión, el principal recurso de exportación de Chile para el futuro? ¿Por qué?
  • Parte 4 –
Realice una presentación en Power Point o Prezi con su trabajo, esta debe estar pensada para un máximo de 10 minutos.

Formalidades
Las preguntas se contestan en este mismo documento y se envía la parte 1, 2 y 3 a más tardar el día domingo 9, hasta las 10:00 hrs. al correo electrónico:  
diego.ernesto.fernandez@gmail.com
La presentación en power point/ prezi (parte 4) debe entregarse el día lunes 10, ya que se interrogará oralmente.
Valor de la nota:
Informe escrito: 70 %
Presentación Oral + PowerPoint o Prezi: 30%